Las pintorescas ramas del álamo del tiempo
suscitaron en las retina enjambres de huellas penetrantes y ausentes,
como un reloj de sal intrincado y cromado
con hebillas del astro de tus labios,
abierto, orondo, sin confines,
epicentro de todas mis profundidades,
algunas con lenguas de espuma, otras amuralladas,
como un malecón donde asustar a los pájaros,
libertades sucumbidas bajo el subsuelo cadavérico
de las reminiscencias y un océano de plumas.
No existen agujeros, cavidades, oquedades,
en el cuerpo afelpado que arrastra los rincones,
ni en el fósil del tiburón que es todo boca,
y se abre y se mastica las encÃas,
con la celeridad del aire vestido de sandalias,
con el peregrinaje introspectivo en el que los exilios
se justifican con celdas de amianto,
y se corroen las células donde tu nombre y el olvido
multiplican las carencias de las remisiones,
alimentan hologramas con mensajes inmutables,
e invisibilizan mis ojos, hasta observarte en las mesas levadizas,
pestañeos de arena que elevan las causas perdidas,
como plegarias sin palabras ni vuelo,
que aterrizan en las humedades de mi techo.
Con las paredes blancas, ocres, amarillas,
Busco el color perfecto para mis sonrisas acaparadoras de museos,
en los que he perdido tonalidades oscuras,
en los que he alejado la claridad, los flashes,
las recurrentes técnicas del mamut depilado
que veranea todas mis estaciones,
bajo un cielo de marfil,
y una lámpara de cuchillos.
En el limbo, en el limbo, en el limbo,
en la paz marchita del campo,
o en los arreboles arrebatados de la conquista,
libro mi batalla contra los duendes de ébano
que apagaron las piedras,
en un paisaje giratorio,
donde sátiros de goma estiran mi deseo,
lo crucifican y expanden,
como una religión perdida, en la que, solo, me atasco en orificios inánimes,
en la sangre acolchada de alfileres,
y el sentimiento fúgido que nació por cesárea
cuando me coronaba ese dios que se escondÃa en el último aliento que compartimos.
Ricardo Manuel López Castro, colaborador del CRPL A Coruña-Chopos